lunes, 30 de noviembre de 2009

Historias cotidianas

Las lejanas grúas del puerto eran el perfil de la ciudad que les era regalado a aquellos que habitaban en los suburbios. No había más que aquellas enormes y grises grúas, que habían de ser el motor de sus vidas, por ello aquellos barrios obreros fueron construidas encarados a ellas. Desde la misma cuna debían conocer cuál sería su futuro de obreros grises y silenciosos, que bajo aquellas enormes garras de acero deberían ganarse el escaso pan que se les repartiría. Habían prohibido colocar una cruz en lo alto de la iglesia para que nada les hiciese sombra a aquellos monstruos metálicos, nadie podía alcanzar el poder de las maquinas ni el mismísimo dios. De esta manera eran los niños educados, carentes de cualquier juego que pudiese traer una sonrisa a sus labios, criándose como alimento de la maquinaria industrial de un país que ni tan siquiera conocía de su existencia…

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