miércoles, 4 de noviembre de 2009

Historias cotidianas (30 de octubre del 2009)

Cuando los padrinos pusieron frente a ellos las pistolas, ambos se dieron cuenta del error que estaban a punto de cometer. Las afrentas de honor estaban muy en boga entre la alta sociedad, todo buen burgués o noble había como mínimo visto puesta en juego su vida en alguna ocasión. Aquellos que no lo habían hecho eran prácticamente despreciados y excluidos de todos los círculos. Una persona incapaz de defender su dignidad con su vida no era una persona capaz de ocupar un rango social alto. El deber de estos era dar ejemplo al pueblo llano con su valor. Pero en aquella neblinosa mañana los dos duelistas no estaban muy conformes con el rol que les había correspondido. La afrenta podía haberse librado en un salón de juego con un apretón de manos y una copa de Armañac, al calor de un buen fuego. Pero ya era tarde, los padrinos se retiraban de la línea de fuego cargados con sus capas y dialogando cordialmente, al fin y al cabo no era su vida la que estaba en juego. Cuando juntaron sus espaldas notaron el calor que trasmitía el contrincante, agradable en la fría mañana en la que una de los dos perdería la vida o el honor…

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