jueves, 5 de noviembre de 2009

Historias cotidianas

Veía el mundo a su alrededor como si se tratase de un pez dentro de una pecera. A su alrededor solamente había barro y muerte, la mascara antigás le oprimía el cráneo, pero les habían aconsejado que la llevasen lo más ajustada posible. Había una niebla densa de un color amarillo, era el gas, el gas que había soltado los prusianos y que poco a poco invadía todos los rincones de las trincheras. De los rincones de estas empezaban a salir aquellos compañeros suyos que no llevaban puesta la máscara, sus caras se deformaban por el dolor y la asfixia, la piel de sus rostros enrojecía y sus ojos perdían el rumbo de la vida. El permanecía escondido en su rincón con su fusil bien cogido entre las manos y el horror atravesando su rostro. El corazón latía demasiado rápido y palpitaba en sus sienes bajo las cinchas de la máscara. El rostro de muerte no tenía rasgos y era como una serpiente que reptaba entre ellos…

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