viernes, 27 de febrero de 2009

Historias cotidianas

Todos necesitamos esa cierta dosis de flirteo, todos necesitamos ese pequeño espacio en el que poder mantener un cierto coqueteo inocente. Un coqueteo que nunca fuera mas allá de unas miradas y tal vez hasta de alguna sonrisa por debajo de la nariz. El había encontrado aquel pequeño espacio en el tren matinal, cada día la veía, se subía dos paradas después que el, con su cara de sueño y un libro en las manos que hasta aquel momento nunca le había visto abrir. Se sentaban cerca, siempre a una distancia prudencial pero siempre en una situación desde la que se podían ver. Hacía tiempo que se veían e incluso habían llegado a intercambiar los buenos días a diario, nunca con palabras solamente con un gesto ligero, desapercibido para cualquiera que no fueran ellos. No había ninguna pretensión por parte de los dos, pero a veces cuando el uno pillaba al otro mirándolo fijamente se sonrojaba y dejaba escapar esa sonrisa cómplice de quien se siente halagado…

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