miércoles, 25 de febrero de 2009

Historias cotidianas

Lo peor de todo aquello era la consciencia del espacio que ocupaba, la penumbra era constante y sus ojos se habían aclimatado. Reposaba en aquella estancia de dos por tres sobre sus propias heces. Le habían privado de privilegios tiempo atrás, cuando se había negado a confesar todo aquello que no era cierto. Mientras le ponían los cables eléctricos bajo los testículos llego a vomitar la verdad acerca de lo que era, y curiosamente el odio es tan ignorante que no le había creído ni por esas. Antes caminaba por aquel pequeño espacio para poder mantener una cierta actividad, ahora desde que le habían fracturado varias veces las piernas lo único que hacía era permanecer allí, esperando confesar algo que les agradase oír o de otra forma que intensen sacárselo y morir en el esfuerzo de intentar contentar a la mismísima muerte. Una muerte que ya no tenía forma…

No hay comentarios: