viernes, 6 de febrero de 2009

Historias cotidianas

Aquella pequeña iglesia siempre le había causado pánico. Desde la más tierna infancia en la que acudía de la mano de su abuela a aquella iglesia campestre para escuchar misa las figuras de los santos y vírgenes que decoraban sus paredes con sus rasgos llenos de dolor, contrición, los valores que según su abuela les había convertido en favoritos de Dios. Le horrorizaba que aquella señales de sufrimiento fueran un objetivo a alcanzar en aquella vida terrenal, que para el era un placer y para su abuela el paso por una tierra yerma. Pasados los años y con su abuela enterrada en el campo santo inmediato a la iglesia, todavía sentía el frio en el cuerpo que sentía de niño al pasar por delante de ella. Ahora permanecía cerrada y el párroco viajaba por todo el concejo en busca de feligreses dispuestos a escuchar su discurso, mientras aquellos santos siniestros permanecían encerrados en aquella prisión llena de humedad y ratones campestres…

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