domingo, 1 de febrero de 2009

Historias cotidianas

Aquel señor con su traje gris, tan bien cortado como ligeramente apolillado, miraba y remiraba con absoluta libertad, hurgaba en las estanterías llenas de libros sin saber el significado que podía tener cada uno de ellos, cuantos momentos de nuestras vidas habían alentado aquellas historias, sin saber si la dedicatoria era para mí o para nuestro hijo o para mi marido…mi marido. Ya no me quedaban ganas de retener todos aquellos recuerdos cerca de mí, aunque con cada contacto de aquellos dedos desconocidos sobre los lomos de mi vida que en parte eran aquellos libros sentí como me herían cada vez con más profundidad. Como si con la muerte de mi marido no hubiese recibido suficiente dolor, recibía aquella puñalada al poner en venta todo aquello en lo que veía sus manos y sus caricias…

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