martes, 17 de febrero de 2009

Historias cotidianas

El soldado apenas distinguía nada entre la espesa bruma que lo envolvía y las escasas voces lejanas de sus compañeros no eran más que un rumor. Esperaban la gran ofensiva de aquella tarde, esperaban aquella como habían esperado otras en días pasados después del ataque de la artillería. Estaban debilitados por el hambre y el frio, angustiados por el barro que les llegaba a los tobillos y a aquella densa bruma que no les había abandonado en un mes. Asustados por la perspectiva de una muerte segura en aquel punto indefinible, en medio de la nada. Sin ni tan siquiera conocer si era aquel punto en el que yacerían sus restos eternamente. Le agobiaba el peso de las cartucheras y la mochila, le agobiaba el peso de las cartas de sus familias que guardaba en el interior de su abrigo y que únicamente le suplicaban que volviese vivo a casa…

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