jueves, 3 de diciembre de 2009

Historias cotidianas

Se sentaba siempre al lado de la pequeña hoguera, silbaba durante un buen rato contra el viento de la pradera para espantar a los espíritus merodeadores que la poblaban y si la jornada había sido fructífera incluso cantaba alguna vieja tonada de las que su madre le susurraba al oído cuando era niño. Se sentía reconfortado de esa manera, como si a través del sonido encontrara la compañía que la mayoría del tiempo rechazaba. Le gustaba deambular por la pradera en busca de búfalo sin que nadie le molestase, apenas se acercaba a los centros de aprovisionamiento, solamente cuando su carreta era tan pesada para sus caballo que apenas la podían arrastrar, solamente en aquellas ocasiones se acercaba a vender sus pieles. Ser tan huraño le traía a veces malas consecuencias, le trataban de manera insultante cuando lo veían y le tildaban de loco. El no los necesitaba para nada, el únicamente necesitaba el viento de la tarde sobre su rostro y el aullido lejano del lobo…

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