martes, 8 de diciembre de 2009

Historias cotidianas (5 de diciembre del 2009)

El general ocupaba un palacete señorial en los límites de la línea del frente, en sus buenos tiempos había sido la residencia de los propietarios de aquellas tierras, ahora devastadas por las explosivos y gravadas hasta sus entrañas por las siniestras trincheras que inundaban lo que en su día fueron campos de maíz o trigo. Desde aquella lujosa residencia se dirigía una guerra en la que los soldados no eran más que bloques de madera pintada, allí no entraban los gemidos causados por las heridas de metralla o los siniestros gritos de los intoxicados por el gas mostaza. Allí los trajes de campaña se transformaban en trajes de gala y la hora del té era respetada por todos. Los días de ofensiva, el general en un gesto de gratitud a sus oficiales, les ofrecía una buena ración de vodka con la teñir sus ojos cansados en banderas de honor henchidas por el viento del valor generado por el alcohol, les daba de beber hasta que la inconsciencia se transformaba en arrojo ante una muerte prácticamente segura…

No hay comentarios: