viernes, 9 de octubre de 2009
Historias cotidianas (27 de septiembre del 2009)
Continuaba lloviendo como había sucedido durante todo el día. La luz hacia se había marchado al atardecer y a pesar de que los operarios estaban por todos los lugares intentando reparar la avería, la ciudad permanecía sombría bajo el manto de agua y nubes. Los pocos que se atrevían a circular a aquellas horas por las calles apenas distinguían nada fuera de la ruta que les llevase a su hogar, más confortable seguramente que las siniestras calles por las que pasaban. En la parada del autobús ya tenían los pies mojados y esa humedad como si ellos fueran arboles empezaba a retrepar por ellos. El móvil no tenía cobertura, todas las estaciones debían haber caído con la tormenta y la policía ya estaba demasiado ocupada intentando detener a los primeros y avispados ladrones que en aquel caos veían la mejor ocasión de enriquecerse. No quería estar asustada porque el miedo se refleja en el rostro y esto la convertiría en un objetivo fácil, pero la tensión se empezaba a apoderar de sus vertebras dorsales que estaban tensas como las cuerdas de un arpa. Empezó a sentir frio en los pies cuando la luz de la parada se apago súbitamente…
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