En el amanecer el puente
se veía iluminado entre una ligera niebla, con un aspecto fantasmal, como
surgido desde las entrañas de la tierra. De esta manera en la aldea nadie se
acercaba al puente más que horas de luz clara y definida, como podía ser el mediodía.
Aun de esta manera los niños, envueltos en las mil y una historias que rodeaban
la presencia de aquel puente, procuraban pasar deprisa por él, aunque el sol
benefactor del mediodía les mostrase que nada había que temer en ese tránsito. Muchos
habían querido detenerse para ver desde su altura el río manso que por su arco
pasaba, pero nadie deseaba dejar más tiempo del deseado pasar sobre él.
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